27 de diciembre de 2024
Cuando los hermanos Grimm escribieron, en el siglo XVIII, las historias orales conocidas en la Alemania de la época no podían imaginar lo que ocurriría, siglos después. La cenicienta, Blancanieves o la Bella durmiente siguen siendo, hoy, figuras fundamentales de la cultura internacional.
Estos cuentos cortos han ido adquiriendo entidad con el paso del tiempo. Distintas editoriales han reproducido y adaptado estos relatos en distintos países para que los niños y las niñas de distintas generaciones los conozcan.
Pero el gran momento de estos cuentos clásicos no llegó hasta el siglo XX, cuando Disney los adaptó al cine animado, convirtiéndolos, desde ese momento, en iconos del mundo cultural que sobrevivirán por siempre.
La literatura clásica siempre ha sido una gran fuente de inspiración para los cineastas. Autores como Shakespeare o Lope de Vega se han convertido en guionistas involuntarios que han nutrido y siguen nutriendo el catálogo de producciones de las grandes industrias del séptimo arte.
Si ya en la Edad Media y en el Siglo de Oro hay material muy apreciado por los directores y los actores, la época del romanticismo es la gran fuente para crear, versionar o reproducir historias.
Autores como Mary Shelley, Edgar Allan Poe, Víctor Hugo o las hermanas Brontë dejaron lo mejor de su imaginación sobre el papel. Gracias a ellos tenemos, hoy, figuras tan icónicas y especiales como Frankenstein.
Entre estos autores siempre hay que citar a los hermanos Grimm. Su pasión por el folclore alemán y sus conocimientos filológicos los llevaron a acometer una gran empresa: coleccionar los cuentos que se transmitían de padres a hijos en su entorno.
Desde 1812 hasta 1857, los dos investigadores recopilaron todos esos cuentos clásicos que, para ellos, representaban muy bien la historia folclórica de su Alemania natal. Los Gimm fueron publicando estos relatos redactados en distintas ediciones, que llegaron a contar con doscientas narraciones diferentes.
Aunque las películas animadas de Disney han ofrecido una versión dulcificada de las historias, los cuentos de los Grimm, en su origen, recogían perfectamente el espíritu romántico de la literatura romántica de la época.
Son, por tanto, historias crueles, no apropiadas para niños, llenas de violencia y escenas cruentas que trataban de infundir miedo y horror.
Los escritores y cineastas de las últimas décadas han suavizado estos relatos para hacerlos aptos para todos los públicos. Así, hoy se pueden encontrar versiones de La Bella Durmiente, La Cenicienta o El sastrecillo valiente muy dulces, donde se aprenden valores, se descubre la diferencia entre el bien y el mal o a actuar con generosidad sin esperar recompensa.
La actual forma que adquieren los cuentos clásicos ha hecho que sean interesantes herramientas de trabajo para niños tanto en el aula como en casa.
A través de una fábula de sencilla comprensión, los docentes y los padres pueden trabajar con valores muy claros, que el niño puede integrar en su día a día para mejorar sus actitudes siguiendo modelos muy icónicos.
Sin duda, los cuentos cortos son un material excepcional para el día a día de los menores: desarrollan su imaginación, les ofrecen un primer contacto con la fantasía y a la vez los convierte en mejores personitas.