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El corazón invisible del cine; la figura del guionista

8 de septiembre de 2025

Cuando pensamos en el cine, la memoria nos lleva a escenas que nos hicieron llorar, reír o temblar. Recordamos rostros, paisajes, diálogos inolvidables. Pero casi nunca recordamos que todo eso nació antes de la cámara, en una página en blanco. Allí, en silencio, alguien imaginó esa escena que nos acompañará para siempre: el guionista.

El guion es el origen de todo. Sin él no hay película posible. Y, sin embargo, el guionista suele ser la figura más invisible del proceso cinematográfico. Su nombre aparece en los créditos, a veces rápido, a veces compartido con otros, pero rara vez se reconoce el peso que tiene en el resultado final.

Sembrar lo invisible

Un guionista es, ante todo, un sembrador. Su tarea es lanzar semillas de personajes, conflictos y mundos posibles. Cada palabra escrita es una semilla que luego germinará en la voz de un actor, en el ojo de un director de fotografía, en la mirada de un espectador.

Pero sembrar exige paciencia. El guion no es solo inspiración repentina; es horas de soledad, investigación, dudas y correcciones infinitas. Para Enric Rufas, guionista de La Soledad (Premio Goya 2008 a la mejor película aunque nadie supiera de la existencia de Enric Rufas, ni pasara por la alfombra roja) "Escribir un guion es convivir con fantasmas y con futuros posibles, es escuchar voces que aún no existen y darles forma."

El mapa del viaje

Decía el escritor Jorge Luis Borges que “la literatura es un mapa de sueños”. El guion es precisamente eso: un mapa. Sin él, el rodaje es un barco a la deriva. Con él, cada miembro del equipo sabe hacia dónde va, incluso si en el camino se improvisa, se cambian direcciones o se descubren nuevos paisajes.

El director necesita ese mapa para guiar la puesta en escena; los actores lo necesitan para encontrar el alma de su personaje; el montador lo necesita para descubrir la música interna de la historia. El guionista nunca está en el foco, pero está en todo.

El pulso humano

En el caso del cine social, el guionista tiene aún un reto mayor: escuchar y dar voz. Escuchar testimonios, historias reales, heridas colectivas. Y luego, con delicadeza, transformarlas en relato sin traicionar su esencia.

El guionista es quien traduce el dolor en palabras, quien convierte una injusticia en una trama que podamos entender y sentir. Sin su mediación, la realidad se queda muda o dispersa. Con ella, se vuelve relato capaz de generar conciencia. En tiempos de convulsión política y social, los artistas y escritores suelen ser los primeros en ser silenciados o reducidos. Su papel como creadores de relatos incómodos y cuestionadores de la realidad los convierte en objetivos directos de la censura y el desprestigio. A lo largo de la historia, desde los poetas perseguidos por regímenes totalitarios hasta los cineastas vetados por sus ideas, el arte ha sido visto como un territorio peligroso porque moldea la imaginación colectiva y tiene la capacidad de desafiar las narrativas oficiales.

El caso reciente del guionista Paul Laverty, colaborador habitual de Ken Loach, es un ejemplo contemporáneo de esta dinámica. Laverty, conocido por su compromiso social y por una obra que denuncia la injusticia y la desigualdad, ha sido objeto de ataques y boicots por su posicionamiento público sobre la situación en Gaza. En lugar de debatir sus ideas, la respuesta ha sido intentar reducir su presencia en ciertos espacios culturales, como si su voz crítica representara una amenaza. Este gesto no es aislado: refleja un patrón histórico de represión simbólica, donde los creadores son castigados no por lo que hacen en sus obras, sino por lo que significan en el espacio público.

Cuando se silencia a un artista, no solo se apaga una voz individual, se restringe la imaginación social y se limita la capacidad de una comunidad para pensar otros futuros posibles. Defender a los artistas y escritores que se posicionan frente a la injusticia es defender la libertad de todos. El arte no puede ser neutral ante el sufrimiento humano, y su fuerza radica precisamente en incomodar a los poderosos. En este sentido, la situación de Paul Laverty recuerda que cada intento de censura es una advertencia colectiva: cuando callan a los artistas, la sociedad entera queda un poco más muda.

Una escritura que respira en otros

Quizás lo más emotivo del oficio es que el guionista escribe para que otros respiren su texto. Escribe un diálogo sabiendo que será otro quien lo pronuncie. Imagina una emoción sabiendo que será otro quien la interprete. En ese desprenderse está la grandeza: el guionista entrega su mundo para que otros lo encarnen. Dice Elisa P. Bogalheiro guionista, directora y productora “El guion es el aceite que hace fluir la maquinaria del cine; invisible, pero esencial.”

No hay mayor acto de generosidad creativa que ese: saber que tu voz se transformará en muchas voces. 

“El guion, se entiende no solo como herramienta técnica, sino como un espacio creativo donde memoria, identidad y arte se entrelazan, construyendo relatos personales con resonancia universal.” Aclara Almudena Verdés, guionista, directora y productora que Dimarts, codirigido junto a Begoña Soler, que ha cosechado un importante recorrido en festivales internacionales y se encuentra en la carrera hacia los Premios Forqué 2025. El éxito de Dimarts ha consolidado a Verdés como una autora capaz de unir sensibilidad narrativa y proyección industrial, mostrando la potencia de un cine íntimo con alcance amplio.

El reconocimiento pendiente

En España, como en muchos otros países, el guionista sigue siendo una figura poco reconocida. Se premia al actor, al director, al productor… y muchas veces se olvida al que hizo posible que todo eso existiera. Pero el cine empieza en la escritura.

Reivindicar al guionista es reivindicar el origen. Sin guion no hay cine, como sin raíz no hay árbol. 

Javier Meléndez, guionista de “Violetas(Rafa Montesinos 2008) . “Que el guionista sea invisible para el público no me importa. Lo que sí es grave es el ninguneo dentro de la industria. Recordemos a aquellos guionistas a los que se les impidió pasar por la alfombra roja en los Goya. Y otra prueba es que desconocemos a día de hoy el precio mínimo de un guion de largometraje. Si no vives en Madrid y Barcelona hay que vivir de otras cosas porque no puedes vivir del guion. La escritura es una máquina del tiempo, un vehículo interdimensional. Para mí, el único refugio de la vida.“

El cine que se escribe para resistir

Desde 24 Violets, la productora, saben que el guion es el lugar donde todo comienza. Cada documental, cada largometraje que emprendemos nace de un texto trabajado con paciencia, con rigor y con amor. Y por eso también hemos apostado por formar a nuevos guionistas: porque sabemos que el futuro del cine depende de ellos.

Porque el guion no es solo técnica. Es emoción, es estructura, es ética. Es decidir qué historias contar y cómo contarlas.

El alma del cine

Al final, el guionista es eso: el alma secreta del cine. No se ve en la pantalla, pero late en cada plano. Está escondido, pero sin él no habría nada que mostrar.

La próxima vez que una película nos emocione, recordemos que alguien, en silencio, escribió esas líneas que ahora nos atraviesan. Que detrás de la luz y el sonido hubo primero una palabra. Y que en esa palabra, invisible y resistente, empezó todo.

Joan Álvarez («El libro de las aguas» (Antonio Giménez-Rico, 2008),

“Es un trabajo algo ingrato: trabajas en la sombra, cuando todavía no hay nada firme, no hay certezas, no hay proyecto. Y hasta que no has hecho bien tu trabajo, y eso puede llevar incluso años, no se suman los que se van a llevar el mérito. Pues, hombre…”.

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