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La poeta madrileña Lola Martínez Cerrada publica 'La felicidad también es cuántica'

9 de diciembre de 2025

Lola Martínez Cerrada (Madrid, 1967) acaba de presentar su nuevo libro La felicidad también es cuántica, (editorial Cuadernos del Laberinto), con prólogo de Enrique Gracia Trinidad y fotografías de Santiago Gómez Esteban.

La poeta transita entre el retrato social y el personal, ya que su biografía comparte escena con el compromiso colectivo y recuerda que la felicidad se disfraza con ropajes engañosos para que sea difícil reconocerla. La felicidad es astuta y esquiva.

Cuántico, que viene del latín quantum, se refiere a cantidades discretas y mínimas de energía; y ahora sí se entiende plenamente el título del libro, que bien podría ser La felicidad aparece, cuando aparece, en dosis pequeñitas, en destellos que iluminan y dan esperanza; ésto lo sabe la autora, luchadora de pro, que es muy consciente de que ante las miserias del mundo, la sociedad prefiere buscar adornos o meter la desgracia debajo de la alfombra para evitar que se vea.

Pero aquí está la literatura de Martínez Cerrada, que recuerda que sí depende de todos respetar a los afligidos y necesitados o simplemente no negarlos. En esta vía, se encuentra la obra de Lola Martínez Cerrada, que entronca con la poesía bohemia del Madrid de finales del XIX y principios del XX con Emilio Carrere a la cabeza y su archiconocida Musa del arroyo, pero también con León Felipe o Chantal Maillard.

Sueños que se diluyen,

Esperanzas que se persiguen.

Soñar y soñar.

Mientras nuestros anhelos

Se desvanecen como un rayo de luna

Que no se deja atrapar.

Vida y lucha

Para terminar expirando

En un colchón de hospital,

Rememorando la figura de Dios,

La ternura de la madre

Y contando los sueños cumplidos.

Lola recorre Madrid: sus barrios marginales en los que entra en hospitales y parques sucios. Pasea con mendigos, con quienes no llegan a fin de mes, con los deprimidos, con las barbies destronadas o los ancianos solitarios. “Creo que no solo los poetas, sino que todo artista tiene la obligación de denuncia, tiene que tener compromiso social. Veo a la gente que sufre, intento ponerme en su piel”, afirma Lola, poeta de metrópoli, del asfalto y del cemento, donde también se encuentra su mundo vital: los recitales de poesía y el flamenco.

Me taladran sus gritos.

Escucho tus sollozos.

Te veo arañar la pared.

Para escapar de la jaula, sin dejar el nido,

No es suficiente con acompañarte a tomar un café.

Para escuchar las mentiras con las que le justificas,

Es necesario llenar tu nevera,

Ser un padre para tus hijos,

Darte alas y esperanza;

Para que no recibas más golpes

Y busques a alguien que acaricie tus sueños.

Franquea, además, la fatigosa puerta de su alma herida: el fallecimiento de su madre y de su amiga, la soledad, la renuncia a la maternidad, los amores malogrados... Y siempre desde un prisma piadoso, con un microscopio con el que muestra las piedras en los zapatos y los bolsillos rotos.

A finales del otoño

La ciudad se engalana en un simulacro de ternura.

Luces de Navidad, décimos de lotería,

Regalos suntuosos en los escaparates

Y una especie de nostalgia en el ambiente

Que nos hace ser más amables, más buenos.

Los duendes surgen de la nada.

Cómo dejarme imbuir de este espíritu

Cuando no puedo multiplicar la nada.

Vivo en un cuarto estrecho.

Me alimento de un subsidio

Y nadie me llama.

Las luces, la música, los regalos

Socavan mi alma

Sedienta de un hada madrina

Que dé un poco de calor a mi alma

En estos días de amor y cava.

Lola Martínez Cerrada ha volcado en estas páginas su vida y muchas otras vidas, todas suyas, todas compartidas por quienes se reconocen en ellas.

La de la niña gitana que alguna vez se sintió princesa.

La del mantero que vende en la playa ¡barato, barato!

La de la niña monja que ve el mundo tras una celosía.

Las de esas otras niñas de uniforme, con los ojos llenos de nada.

La de quien pudo ser madre y no lo fue.

La del jilguero sin jaula.

La de la limpiadora agotada que se frota las manos con Nivea.

La de quien espera.

La del socorrista que no sabe inglés y su verano es triste.

La del café de madrugada.

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