11 de diciembre de 2025
La industria siderúrgica europea ha lanzado una señal de alarma. Proyectos de descarbonización con inversiones multimillonarias están siendo cancelados o aplazados, mientras competidores internacionales producen acero a menor coste sin enfrentar las estrictas exigencias medioambientales que rigen en Europa. El continente, pionero en la lucha contra el cambio climático, se enfrenta a una paradoja: ¿puede liderar la transición ecológica sin perder competitividad?
La producción de acero descarbonizado supone, a día de hoy, un encarecimiento notable. Transformar una tonelada de mineral de hierro con hidrógeno verde implica un sobrecoste operativo cercano a los 300 euros respecto al método tradicional con carbón coque, lo que eleva un 33% el precio final del producto.
El hidrógeno renovable, pieza clave de la transición, sigue siendo demasiado caro: entre 6 y 8 euros por kilo, frente a los 2,5–3 euros por kilo necesarios para competir con los procesos convencionales. Incluso si los precios bajaran, persiste otro obstáculo: los compradores, tanto públicos como privados, no están dispuestos a pagar más por un acero «verde» indistinguible, a simple vista, del tradicional.
Mientras Europa aplica tasas y normas para reducir emisiones, el 93% CO₂ mundial procede de países con legislaciones más laxas. Esto provoca un doble efecto: la industria europea pierde posiciones en el mercado global y, al mismo tiempo, la huella de carbono se externaliza a través de importaciones más baratas, pero con mayor impacto ambiental.
El riesgo, advierten desde el sector, es que Europa se convierta en una “isla autárquica”, aislada por sus altos costes, mientras el resto del mundo fortalece su posición económica y productiva.
El futuro pasa por lograr que el acero descarbonizado sea competitivo no solo en Europa, sino también en puertos como Shanghái. Para ello, el sector propone una combinación de medidas:
Reducir el coste de insumos:
Invertir en I+D+I para abaratar tecnologías emergentes de descarbonización.
Garantizar electricidad renovable abundante, limpia y a precios competitivos.
Establecer subvenciones temporales mientras se alcanzan economías de escala.
Estimular la demanda de productos sostenibles:
Fomentar compras públicas responsables, dado que en España representan un 20% PIB.
Crear incentivos fiscales para empresas que integren materiales de baja huella de carbono.
Promover un etiquetado transparente que informe al consumidor del impacto real de cada producto.
Avanzar hacia un sistema global de precios del carbono:
Impulsar en la OMC un marco común que evite desventajas competitivas.
Mejorar el Mecanismo de Ajuste en Frontera (CBAM) para frenar fugas de carbono sin penalizar exportaciones europeas.
Establecer acuerdos comerciales verdes:
Negociar tratados bilaterales y multilaterales que incentiven estándares ambientales similares y reconozcan el valor del acero europeo en sostenibilidad.
Europa ya es un referente en reciclaje de acero: prácticamente toda la chatarra férrica disponible se reutiliza gracias al alto valor del material. Sin embargo, el debate va más allá. No resulta aceptable, alertan los expertos, importar acero primario producido con altos niveles de emisiones cuando existen alternativas recicladas de calidad suficiente en Europa. Tampoco lo es exportar chatarra férrica a países con compromisos ambientales y sociales más laxos para luego reimportar el acero procesado.
Se trata de una cuestión de coherencia: mantener la industria y los empleos en Europa, al mismo tiempo que se avanza hacia la neutralidad climática.
El acero es la columna vertebral del desarrollo económico. Su descarbonización es ineludible, pero debe abordarse con pragmatismo. La industria pide combinar ambición climática con realismo económico, porque sin competitividad global, los proyectos corren el riesgo de quedar en el papel.
La pregunta de fondo es si Europa quiere ser el motor de una nueva revolución industrial sostenible o resignarse a convertirse en un museo de lo que pudo haber sido.
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