7 de marzo de 2018
Te ha pasado: tú móvil comienza a fallar, te llevas segundos interminables para que el portátil cargue, e incluso tu coche ya pasa más tiempo en el taller que haciendo viajes de placer. “Es la obsolescencia programada”, piensas. Damos por hecho que así es pero, ¿qué hay de cierto?, ¿todo se debe achacar a esta o puede explicarse también por falta de mantenimiento?
Comencemos por el principio: la obsolescencia programada o planificada determina que la vida útil de un producto llegue a su fin tras un periodo calculado por la empresa fabricante. De esta forma, quedará obsoleto o inservible, y el usuario se verá obligado a reponerlo. Se trata, obviamente, de obligar al consumo, pero con el fin de fidelizar.
Se suele citar como primer artículo sometido a obsolescencia programada a la bombilla incandescente, ya que Thomas Alva Edison creó un prototipo de 1500 horas de duración. Las compañías no tardaron en ver el negocio, se aliaron y establecieron como duración máxima las 1000 horas de uso, penalizando incluso a las que violaran tal norma.
Es evidente que la práctica tiene consecuencias para el medio ambiente. Como recuerda EcoMedioAmbiente, se requiere el uso de una gran cantidad de recursos naturales, por el hecho de tener que estar constantemente produciendo. A ello se une que algunos son escasos, como el coltán.
Por otro lado, desechar aparatos porque dejan de ser útiles conlleva acumulación de residuos, en alguno en vertederos ilegales o en lugares no recomendables, lo que implica contaminación.
El fomento del consumo que promueve la obsolescencia programada tiene también consecuencias desde el punto de vista social, por ejemplo, los conflictos geopolíticos por la mencionada escasez de recursos. Los países subdesarrollados terminan además siendo vertederos de países desarrollados, como sucede con Ghana.
El único que sale ganando con esto es el fabricante, porque la obsolescencia obliga al usuario a adquirir un nuevo producto o pieza. También se pueden encontrar alternativas en una de estas tiendas de informática, dedicada a la reparación de ordenadores.
La práctica ha alcanzado tales niveles que, el pasado mes de enero, conocíamos que Bruselas la vigilaría tras las sospechas que se cernían sobre Apple. Como puedes leer en este artículo, se ha puesto sobre la mesa la introducción de un etiquetado en el que se recoja la durabilidad y la posibilidad de reparación de los dispositivos.
Poco antes de conocer la noticia, la organización de consumidores FACUA denunció a Apple ante la Comisión Europea por esta cuestión, en concreto, en sus teléfonos inteligentes iPhone. La organización acusaba al gigante tecnológico de de incurrir en delitos de sabotaje informático y contra los consumidores.
Es cierto que la empresa corre sus riesgos, porque puede provocar la reacción opuesta a la que se quiere generar: que el consumidor descubra esta planificación de inutilidad o achaque a esta el mal uso de su aparato, y recurra a la competencia buscando mayor calidad y durabilidad.
Organizaciones en defensa de los consumidores y del medio ambiente ya han aprendido acciones contra esta práctica. Así lo ha hecho la ONG Amigos de la Tierra, que ha acuñado el término “alargasciencia”. Han creado un directorio con establecimientos que recuperan y reparan objetos, a través de la compraventa de segunda mano, el alquiler o el trueque. Una iniciativa que ha sido financiada por Triodos Bank.
De otras partes se promueven soluciones creativas. Fundación Deixalles, en Baleares, recoge aparatos electrónicos que funcionen o necesiten reparación, que serán tratados luego por personas en proceso de reinserción laboral. Luego se revenden a un precio económico.
Que el Parlamento Europeo se plantee medidas para combatirla, no obstante, es una manera eficaz de combatir la obsolescencia.
No todo es achacable, sin embargo, a la obsolescencia programada. En muchas ocasiones, un mal uso del dispositivo o la ausencia total de mantenimiento puede acortar su vida útil, por lo que habría que detenerse a aprender buenas prácticas.
Uno de los dispositivos que más quebraderos de cabeza generan es el teléfono inteligente. La protección es un aspecto básico de mantenimiento, así que habría que procurar tener activo el bloqueo de pantalla, cifrar cierta parte del contenido del teléfono y proteger la tarjeta SIM siempre con el PIN. Hay también apps de antivirus, pero el usuario se debe cerciorar de que no es falso o proviene de una página ilegal.
Para todas las aplicaciones, de hecho, se recomienda una instalación segura desde la tienda oficial, observando las valoraciones de otros usuarios o el número de descargas, y comprobando los permisos solicitados. Conviene también desinstalar periódicamente las apps que no se utilicen, así como deshabilitar las que vienen de fábrica y no se usan.
Las actualizaciones, por otro lado, se deben realizar siempre, porque incluyen mejoras en el rendimiento, la funcionalidad y la seguridad del aparato. Sería bueno controlar también cuáles son las aplicaciones que más consumen, y prescindir de las notificaciones innecesarias.
Hay otras utilidades que, de no estar usándose, tampoco deberían estar activas, como la rotación de pantalla, el exceso de brillo o las conexiones que no se están usando (bluetooth, NFC, GPS…).
En cuanto a la batería, lo ideal es no esperar que se descargue del todo, variar el inicio de la carga en diferentes porcentajes y no dejarla enchufada después de haber alcanzado el 100%. Lo mejor, por otra parte, es no recurrir a cargadores de poca calidad.
Lo ideal es que el dispositivo esté limpio de inutilidades, a lo que se puede proceder con apps para optimizar o manualmente. Antes, eso sí, se recomienda hacer copias de seguridad.