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Cantabria, una ola compartida; el surf como identidad y legado

17 de octubre de 2025

El campeonato cántabro que reúne a tres generaciones en una misma ola, se consolida como un modelo de patrocinio con propósito, donde la conexión humana se traduce en verdadero valor de marca.

Entre el 4 y el 5 de octubre de 2025, las playas de Liencres y Santander acogieron la segunda edición del Family Surfing Challenge, un evento que desafía los límites del surf competitivo y reescribe el vínculo entre deporte, comunidad y territorio. Más de treinta familias, procedentes de seis nacionalidades, compartieron olas, tablas y música en un formato que convierte la autenticidad en su mayor forma de retorno.

No fue solo un campeonato. Fue un encuentro intergeneracional en torno al mar. En las arenas de Valdearenas (Liencres) y en la Primera del Sardinero (Santander) se cruzaron acentos, edades y estilos. Hubo abuelos de setenta años que remaban junto a nietos de apenas tres. Padres que volvían a colocarse un neopreno después de décadas. Hijos que descubrían, quizá por primera vez, que competir puede ser también una forma de cuidar.

La idea, impulsada por el surfista cántabro Raúl García junto a la empresa beX, había germinado un año antes, en 2024, en San Vicente de la Barquera. Aquella primera edición, casi experimental, reunió a 25 equipos. Este 2025, el formato maduró: 31 familias, más de 120 surfistas y un público entregado confirmaron que el modelo no solo funciona, sino que emociona.

Curren, la leyenda que volvió al origen

El sábado 4, el viento del nordeste acompañó las mangas clasificatorias en Liencres. A media tarde, el sol abrió una tregua, y la plaza del pueblo se convirtió en escenario. Allí, Tom Curren —tres veces campeón del mundo— cambió la tabla por la guitarra. Cantó con sus hijos Pat, Lee-Ann y Nathan, los mismos con los que esa mañana había compartido las series.

Su presencia trascendió el reclamo mediático: fue la prueba viva de que el surf puede seguir siendo una herencia compartida. En el agua, Curren ganó la categoría de Padres. En tierra, regaló una lección de humildad. “Nos ha encantado la experiencia y el formato familiar del evento. Volveremos a Cantabria para conocer más playas y visitar los Picos de Europa”, dijo tras recibir el trofeo del tercer puesto, con la naturalidad de quien reconoce algo auténtico.

El domingo 5, el circuito se trasladó a la Primera del Sardinero, donde el mar ofreció las mejores olas del fin de semana. Allí se impuso la familia García / Gandarillas, de Cantabria. Néstor venció en Hijos, Dani fue segundo en Padres y Celia tercera en Hijas. Su victoria fue la de un equipo que entendió que el surf no se trata solo de puntuar, sino de sostenerse juntos.

En un gesto que se ganó la ovación del público, la familia ganadora donó su premio —un viaje de ocho días al Natural Surf House de Maldivas— a los segundos clasificados, la familia Casanova, de Suances. Un gesto simple, pero inolvidable: competir sin perder la medida humana.

Esa misma tarde, una tormenta inesperada obligó a desmontar el recinto en tiempo récord. Nadie se marchó. Surfistas, familias y voluntarios improvisaron una cadena humana para recoger material y proteger el escenario.

En un mundo donde el éxito suele medirse en likes, esa imagen —una playa vaciándose bajo la lluvia, entre risas y ayuda mutua— fue la mejor comunicación posible.

Más que surf: identidad, cultura y propósito

El Family Surfing Challenge no se construye sobre el espectáculo, sino sobre el sentido. Combina deporte, música y convivencia intergeneracional en una fórmula que demuestra que la autenticidad no se inventa: se practica.

Ahí radica su atractivo para las marcas que lo respaldan: Cantur, los ayuntamientos de Piélagos y Santander, y firmas del ecosistema surf como Natural Surf House, Vissla, I-Sea, Catch Surf, Chipiron Surfboards, After Essentials y Neopreneclean.

Todas ellas coinciden en una idea: el patrocinio ya no consiste en aparecer, sino en pertenecer. En asociar una marca no a un evento, sino a un valor, que en este caso, es la autenticidad. Una palabra sobreutilizada en la publicidad, pero que, cuando se encarna en un entorno real, recobra su peso original: el de la verdad vivida.

El surf tiene algo de espejo cultural. Mide la relación de una comunidad con su entorno, su forma de habitar el tiempo, su manera de compartirlo.

En Cantabria, esa relación con el mar ha sido siempre más que deportiva. Es un territorio emocional que el Family Surfing Challenge ha sabido traducir al lenguaje contemporáneo: sostenibilidad, familia, respeto por el entorno y una economía local que crece en torno al mar sin perder su raíz.

Por eso este evento no se percibe como un espectáculo itinerante, sino como una experiencia de identidad compartida.

Ha logrado lo que muchos proyectos deportivos buscan y pocos consiguen: construir un relato colectivo donde todos —participantes, público, instituciones y marcas— forman parte de la misma ola.

No hay branding sin memoria

El éxito del Family Surfing Challenge confirma además la posición de Cantabria como uno de los polos de surf más consolidados del norte de Europa.

Su red de escuelas, campeonatos y surf camps ha creado un ecosistema donde el deporte convive con el turismo responsable y la cultura local. Eventos como este refuerzan una imagen de región que entiende el mar no solo como escenario, sino como patrimonio común.

El formato intergeneracional, el cuidado de la producción y la participación internacional lo sitúan ya entre las citas con mayor potencial de crecimiento del calendario europeo. No por volumen ni por premios, sino por capacidad de generar relato y comunidad, dos activos que hoy valen más que cualquier inversión publicitaria.

En un calendario saturado de competiciones, el Family Surfing Challenge logra algo que escapa a la mayoría: permanecer en la memoria. No tanto por quién ganó, sino por cómo se vivió. Porque detrás de cada serie hubo una historia, detrás de cada victoria un gesto, y detrás de cada ola una enseñanza sobre pertenecer.

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