
26 de agosto de 2025
En el fútbol moderno, cada detalle cuenta. La preparación física y la táctica han alcanzado un nivel de sofisticación enorme, pero para Carlos Olid, entrenador de fútbol UEFA PRO y psicólogo deportivo, aún queda un aspecto por desarrollar: el partido emocional.
Olid ha creado un modelo inspirado en la termodinámica que explica cómo los equipos atraviesan fases emocionales que condicionan su rendimiento según unidades de frío o calor. Habla de la temperatura emocional como un indicador que permite describir si un grupo está bloqueado, desbordado o en equilibrio. El ejemplo más gráfico se encuentra en las tandas de penaltis. Un jugador que ha llegado a primera división tiene la calidad técnica suficiente para no fallar desde los once metros. Sin embargo, uno de cada cuatro penaltis se falla. Olid sostiene que casi siempre el error es más emocional que técnico.
“Si midiéramos el cortisol de los jugadores antes de una tanda de penaltis, podríamos elegir con precisión a los mejores lanzadores para ese momento, y es posible que no eligiéramos al más dotado técnicamente”.
Para él, los penaltis son un laboratorio perfecto donde se hace visible cómo lo emocional define lo deportivo. Su propuesta no se limita a la observación. Defiende que la ciencia puede respaldar este enfoque mediante el análisis de biomarcadores como el cortisol, la dopamina o la testosterona, que reflejan estrés, motivación o competitividad. Estos datos permitirían objetivar lo que hasta ahora parecía intangible y dar a los entrenadores una herramienta más para tomar decisiones.
“Un equipo puede estar preparado físicamente y tener un plan impecable, pero si su temperatura emocional está desajustada, el rendimiento se derrumba”, afirma Olid.
La clave, según él, está en modular la temperatura emocional en tiempo real, del mismo modo que se ajusta una carga física o un sistema táctico. Una indicación breve, un cambio planificado o un discurso en el vestuario pueden estabilizar al equipo. Su experiencia con jugadores de primera división española confirma que estos microajustes, imperceptibles desde fuera, tienen un impacto directo en el rendimiento: marcan la diferencia entre un colectivo bloqueado y otro que alcanza la zona de equilibrio.
Olid está convencido de que el entrenador del futuro no será solo estratega ni preparador: deberá ser también un director emocional, capaz de sostener el pulso invisible del partido con la misma precisión con la que se mide la táctica o la fuerza física.
El concepto de temperatura emocional ya despierta interés en vestuarios y despachos de la élite. Y en un fútbol donde cada milímetro cuenta, Olid lanza una reflexión que trasciende la estadística: Cómo entrenar las emociones para que un equipo no se deshaga bajo presión y logre permanecer en ese frágil, pero poderoso punto de equilibrio donde se encuentra el máximo rendimiento.